“Deseo poder escribir algo tan misterioso como un gato”, decía el escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense Edgar Allan Poe, haciendo uso de su destreza que le otorgó el reconocimiento como uno de los maestros universales del relato corto. Una frase memorable que arroja luces de la pleitesía que famosos autores le han dedicado a estos seres enigmáticos, impredecibles, ágiles.
El Centro de Desarrollo Editorial y de Contenidos ha realizado una selección de clásicos autores que en la medida que escribieron cientos de páginas con sus relatos, llenaron sus vidas con la presencia de gatos. Compartimos.
Julio Cortázar
A uno de sus gatos le puso Teodoro W. Adorno, pero a diferencia del filósofo alemán, este era francés. Apareció en su vida cando vivía en Saignon, al sur de Francia, y era un gato callejero que venía a visitarlo. Así como llegó a su vida se fue, y hasta se dignaba a ignorar al escritor cuando se lo cruzaba en el pueblo. El escritor se explaya sobre este gato en su libro La vuelta al día en ochenta mundos (Siglo XXI, 1967). También tuvo una gata llamada Flanelle, «franela» en francés, por su suave pelaje. El amor que le tenía a Flanelle se ve reflejado en el cuento «Orientación de los gatos», del libro Queremos tanto a Glenda (1980).
Jorge Luis Borges
El escritor tuvo dos gatos, llamados Odín y Beppo. El primero en honor al dios de la mitología nórdica; el segundo, por el gato de Lord Byron. Beppo siempre estaba alrededor de Borges, le gustaba dormirse en su regazo y jugar con sus cordones. Falleció a los quince años, y fue una gran pérdida para el escritor. Se dice que, al ver a su gato mirarse al espejo, le dedicó un poema llamado en su libro La cifra, publicado en 1981: «El gato blanco y célibe se mira/ en la lúcida luna del espejo/ y no puede saber que esa blancura/ y esos ojos de oro que no ha visto/ nunca en la casa son su propia imagen». Odín, por otro lado, no fue tan conocido como Beppo, pero se dice que sobrevivió casi diez años a la muerte del escritor.
Ernest Hemingway
En los años treinta, cuando Hemingway vivía en Key West, Florida, un capitán de barco le regaló un gato llamado Snowball. El gato tenía polidactilia, es decir, más dedos de lo habitual en sus patas traseras y delanteras. Ambos vivieron varios años en Key West, donde Snowball fue padre de gatitos que también tuvieron la misma condición que él, a pesar de que la madre contó con la cantidad común de dedos. Hoy, esta casa es la Ernest Hemingway Home and Museum, y entre los objetos personales del escritor allí expuestos también alberga a todos los descendientes de Snowball. Todos tienen polidactilia y están bien alimentados y cuidados.
Elena Poniatowska
La escritora mexicana tiene dos gatos, llamados Monsi (macho) y Vais (hembra), en honor al autor y su amigo personal Carlos Monsiváis, que también era amante de los gatos. Se les ve siempre acompañando a la autora cuando llegan los periodistas a entrevistarla. Monsi es popular en la parroquia de Chimalistac, al sur de la Ciudad de México, donde suele participaren las misas, y los feligreses prefieren cargarlo para que no pasee por la iglesia.
Charles Bukowski
El irreverente y pesimista Bukowski, que buscaba destapar la cruda realidad en su literatura, tenía un lugar especial en su corazón para los gatos. Cuando envejeció y ya tenía algo de dinero, se mudó a un barrio suburbano con su esposa Linda Lee y llegaron a tener nueve gatos, que entraban y salían de su casa cuando quisieran. En su libro On Cats (Cannongate, 2015), publicado de manera póstuma, demuestra sin reservas el amor que sentía por los gatos. Para el autor, «Es bueno tener un montón de gatos alrededor. Si uno se siente mal, mira a los gatos y se siente mejor, porque ellos saben que las cosas son como son. No hay por qué entusiasmarse y ellos lo saben».
La historia de un duro hijo de puta
Vino a la puerta una noche mojado flaco golpeado y aterrado
un gato blanco bizco sin cola
lo entré y alimenté y se quedó
empezó a confiar en mí hasta que un amigo subió por mi calle
y lo atropelló
llevé lo que quedó a un veterinario que dijo, “no mucho
por hacer… dele estas píldoras… su columna
está destrozada, pero estuvo destrozado antes y de algún modo
se arregló, si vive nunca caminará, mire
estos rayos X, ha sido disparado, mire aquí, los perdigones
están aún ahí… también, una vez tuvo cola, alguien
se la cortó…”
me llevé al gato, era un verano caliente, uno de los
más calientes en décadas, lo puse en el suelo
del baño, le di agua y píldoras, no comió,
no tocó el agua, yo sumergía mi dedo
y mojaba su boca y le hablaba, no me movía
de casa, pasé un montón de tiempo en el baño y hablé
con él y lo acaricié suavemente y el me devolvía la mirada
con esos ojos bizcos azul pálido y cuando los días pasaron
hizo su primer movimiento
arrastrándose con sus patas delanteras
(las de atrás no funcionarían)
lo hizo hasta su cama
trepó y se dejó caer,
fue como el canto de una posible victoria
celebrando en ese baño y en la ciudad, yo
le conté a ese gato –yo lo había pasado mal, no así
de mal pero bastante mal…
una mañana se levantó, se paró, se cayó y
sólo me miró.
“tú puedes,” le dije.
siguió intentando, levantándose y cayendo, finalmente
caminó algunos pasos, estaba como un borracho, las
patas traseras no querían hacerlo y volvió a caer, desacansó,
luego se levantó.
ya sabéis el resto: ahora está mejor que nunca, bizco,
casi sin dientes, pero la elegancia regresó, y esa mirada
en sus ojos nunca se fue…
y ahora a veces soy entrevistado, quieren escuchar acerca
de la vida y de literatura y yo me emborracho y sostengo a mi bizco,
disparado, atropellado y desrabado gato y digo, “¡miren, miren
esto!”
pero ellos no entienden, ellos dicen algo como, “¿usted
dice que ha sido influenciado por Céline?”
“no,” yo sostengo al gato, “¡por lo que pasa, por
cosas como esto, por esto, por esto!”
sacudo al gato, lo sostengo
en la luz con humo y alcoholizada, está relajado, él sabe…
es entonces cuando las entrevistas terminan
aunque estoy orgulloso a veces cuando veo las imágenes
más tarde y ahí estoy yo y ahí está el gato y somos fotografiados juntos.
él también sabe que todo son estupideces pero que de algún modo todo ayuda.
El Día Internacional del Gato es una celebración que tiene lugar el 8 de agosto de cada año. Fue creado en 2002 por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal. Es un día para crear conciencia sobre los gatos y aprender sobre formas de ayudarlos y protegerlos.
Fotografía principal: zendalibros.com