Por Amparo Andrade Loaiza
“También ahora pienso en Clemente,
más aún cuando escucho relatos de desaparecidos
y la forma como regresan al lado de sus seres queridos,
en cajitas sólo llenas de huesos”
César (lector)
Quién es Clemente? Por qué lo nombra este lector? Cuál es la realidad que une a Clemente con el día de hoy? Preguntas que nos llevan al encuentro de múltiples escenas. Algunas, percibidas en nuestra mente mientras leemos. Otras, acomodadas en la memoria, por imágenes de los noticieros, las redes sociales o el hecho mismo de ser testigos. Memorias individuales o colectivas, como las que nos permite compartir este País, este territorio, tejido por las voces diversas de quienes habitamos en medio de la esperanza y de la guerra, intentando siempre construir la posibilidad de un lugar mejor para todos.
Qué Colombia es la que se llevan en el alma quienes migran, quienes se ven forzados a dejar su lugar y sus historias? de qué manera les habitan las palabras? Son ellas las que les alimentan la certeza del retorno, de la alegría de estar juntos nuevamente, de reír? Pienso en ellos que caminan en la búsqueda, y en nuestras propias búsquedas, aunque habitemos en cierta parsimonia los días y las noches. Pienso en la forma en que la poesía alivia las angustias o ensordece las penas. Pienso en la poesía de la que nos asimos cada día, aunque no esté hecha de versos.
Así que les invito a ver conmigo escenas que hacen parte de diversos relatos compartidos:
ESCENA 1. Un niño corre por el campo. Sus primos también juegan con él y las risas inundan el paisaje. A lo lejos alguien les dice que tengan cuidado, que por ahí hay serpientes y que son peligrosas. El temor se apodera de sus pequeños corazones y se magnifica cuando el más travieso coge, del suelo, con un palo, algo largo que parece moverse. Los niños gritan y corren hacia la casa. El travieso se ríe y les muestra que aquello sólo era un pedazo de un laso grueso, que alguien dejó olvidado entre pastales.
Tiempo después, cuando el pequeño ya es un jovencito, sentado en el pupitre del colegio, contando el número de sílabas de cada uno de los versos y el número de estrofas para reconocer unos sonetos, encuentra algo que le llama la atención:
Sobre el musgo reseco la serpiente tranquila
fulge al sol, enroscada como rica diadema;
y en su escama vibrátil el zafiro se quema,
la esmeralda se enciende y el topacio rutila.
Tiemblan lampos de nácar en su roja pupila
que columbra del buitre la asechanza suprema,
y regando el reflejo de una pálida gema,
silbadora y astuta, por la grama desfila.
Van sonando sus crótalos en la gruta silente
donde duerme el monarca de la felpa de raso;
un momento relumbra la ondulante serpiente,
y cuando ágil avanza y en la sombra se interna,
al chispear de dos ojos, suena horrendo zarpazo
y un rugido sacude la sagrada caverna.
A su memoria viene la tarde en que los niños jugaban en el campo. Pero ahora tranquilo, contempla a la serpiente, en la hermosura plena de quien es simplemente. Maravillado entonces observa sus colores, sus brillos y sus formas, la tranquila manera en que se mueve y la fragilidad que a ella también la habita. Descubre que los crótalos son música avanzando por el pasto y el relumbrar ahora no es tan sólo una luz que se enfatiza sino que es un sonido que le habla del peligro. Y Rivera? pregunto. Rivera se disuelve entre el color del prado, la serpiente y el rugido que estremece la caverna.
ESCENA 2. Una mujer visita a su madre en el campo. El camino está lleno de olores de guayaba, de mango… las flores se abren por doquiera en colores y la madre sonríe esperando en la puerta de la casa. El padre da la bienvenida desde el corral en el que algún ternero jala la ubre de la vaca. Los niños de la casa juegan en el patio, currucutean palomas y uno no sabe si los niños juegan como palomas o las palomas juegan como los niños. La tarde cae.
Esta mujer se llena de recuerdos:
Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,
entre ocultos follajes, la paloma torcaz,
acongoja las selvas con su blanda quejumbre,
picoteando arrayanas y pepitas de agraz.
Arrurruúu… canta viendo la primera vislumbre;
y después, por las tardes, al reflejo fugaz,
en la copa del guáimaro que domina la cumbre
ve llenarse las lomas de silencio y de paz.
Entreabiertas las alas que la luz tornasola,
se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;
y esponjado el plumaje como leve capuz,
al impulso materno de sus tiernas entrañas,
amorosa se pone a arrullar las montañas…
y se duermen los montes… y se apaga la luz
Pero ahora se pregunta, recuerdo las palomas o recuerdo el poema? qué me lleva a gozar estas palabras? su música que me trae también el arrullo de mi madre, la imagen de la “pobre, que se encuentra tan sola”? ¿El poder que sostiene en su canto sereno esta paloma que es todas las palomas? Cómo es que en el poema logra dormir los montes y apagar la luz? Recuerdo de Rivera, recuerdo que Rivera me escribió este poema, es lo que más recuerdo.
ESCENA 3. Escuelita El Rosario. Barrios del Sur de Neiva. Los niños juegan con la cartilla de tercero. Por azar se abre la página central y los caballos rompen el margen de la hoja y juegan con el viento. Una pequeña niña lee el texto que acompaña el dibujo. Quiere saber por qué los caballos no pueden salirse de la hoja, aunque sus crines vuelan y casi que se siente el relincho furioso de sus intentos.
Atropellados, por la pampa suelta,
los raudos potros, en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.
Atrás dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cerviz enjuta,
y a su carrera retumbante y bruta,
cimbran los pindos y la palma esbelta.
Ya cuando cruzan el austral peñasco,
vibra un relincho por las altas rocas;
entonces paran el triunfante casco,
resoplan, roncos, ante el sol violento,
y alzando en grupo las cabezas locas
oyen llegar el retrasado viento
Lee el poema una y otra vez y se lo aprende casi sin querer. Las palabras bailan en su memoria… Puede sentir el viento… puede sentir el polvo que se levanta en su carrera… Y juega, juega, juega. De pronto se da cuenta que dice que el autor nació en Neiva.
Alguien, que se inventó este juego para ella, nació en esta ciudad, como ella. Qué generoso ese señor! qué delicioso juego: “resoplan, roncos, ante el sol violento” y baila y juega y juega y baila. Mucho tiempo después se sentirá ella parte de los potros y sabrá que siempre quiere ganarle al retrasado viento. José Eustasio Rivera, gracias por inventar un juego.
ESCENA 4. Se abre el telón. Una mujer hermosa conversa con un hombre, joven también. Se llama Mario. Es el primo del personaje principal, el viejo ciego, que, sin saberlo, cumple la tarea de proteger a la muchacha de la deshonra que representa su embarazo. De la voz del viejo ciego se escucha:
“ojos llenos de ilusión
cegados para el que os ama:
por qué si buscáis un drama
no leéis mi corazón?”
Al final de la obra, ya fuera de sus personajes, los jóvenes actores conversan. El público les ha aplaudido con intensidad. Sin importar que el lenguaje de la obra tenga ya un siglo, el público se conmueve con la historia. La fuerza de los diálogos maravillosamente interpretados por el grupo de teatro se queda ululando en los espíritus de quienes no sólo conocieron la historia sino que se gozaron la manera en que la obra la plantea. ¿Cuánto les durará? Nadie lo sabe. Incluso puede ser que alguno de ellos, pasado el tiempo, vuelva a observar la obra en su memoria, sin haberlo siquiera considerado.
ESCENA 5. Suena el timbre. El sol del mediodía casi duele en la piel. Todos los estudiantes, con su mochila al hombro corren por los pasillos del colegio. Conversan y se ríen apresurados. La maestra los mira y sin pensarlo empieza a declamar:
“Atropellados, por la pampa suelta,
los raudos potros, en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta”.
Los chicos la escuchan y se ríen. No esperan para oír cómo sigue el poema. Sólo quieren salir de su colegio y sentir por las calles la deliciosa fuerza de la libertad, del cambiar de camino, de mirar de soslayo a sus amigos. La maestra los mira y se deleita en terminar el poema aunque nadie lo escuche. La juventud, esa cosa que amamos tanto tanto, se deja oír en palabras de Rivera.
Como ustedes observaron, en ninguna de las escenas José Eustasio Rivera se quedó en la memoria por que lo enseñaran en la escuela. Y es que la escuela, en muchas ocasiones, se ocupa del poeta y de sus obras como una obligación institucional y se olvida del deleite que puede representar. En José Eustasio Rivera la poesía es una constante. Y como “artista comparte con otros hombres lo que suele denominarse ‘imaginación creativa’: vale decir, la capacidad de encontrar y organizar nuevas descripciones de la experiencia”[i] y, en razón de ello, hace que, agudicemos nuestros sentidos para ver el mundo desde una perspectiva más [ii]rica.
Por eso es fundamental que propiciemos experiencias que nos acerquen a la obra de Rivera de maneras distintas. El estudio académico de su obra es muy importante, pero su presencia en la memoria de quienes habitamos este país y el mundo, lo es aún más. Recordemos que “Un poema no es la copia de ninguna realidad, es la creación de una íntima realidad que gracias a su forma, es decir, a su arte, es universalmente compatible; esa comunión entre lector y poema, ese mirarse en su interior espejo, a través de las palabras es el profundo gozo que produce la poesía”[iii] Y es este gozo el que nos permite descubrir el valor de este autor que nos muestra no sólo la majestuosa generosidad de nuestros territorios, sino la miseria y los dramas de los seres humanos, con una enorme contundencia..
Les invito a que lo descubramos desde nosotros mismos, permitámonos mirarnos a través de la obra de Rivera y sentir cuánto nos habita. La poesía continúa ofreciéndonos la posibilidad de corporeizar, en la estructura de los versos, realidades que nos son cercanas, y que, en el acercamiento con ella a través de la lectura en voz alta y de variadas formas, pueden observarse y vivirse de una manera distinta, “representadas mediante asociaciones visuales, sonoras, táctiles, que pueden hallar resonancia en un lector de cualquier edad”[iv] para comprender aquello que sentimos, aunque aún no logremos explicárnoslo.
Les invito a preguntarse: ¿y a mí, cómo me habita Rivera?
[i] WILLIAMS, Raymond. La mente creativa En: La larga revolución. Buenos Aires: Nueva visión, 2003. Primera edición 1961. 333p.p p.39
[iii]KRAUZE, Ethel. Cómo acercarse a la poesía. Mèxico: Limusa,2005 p.46
[iv] ANDRICAÍN, Sergio y RODRIGUEZ, Antonio Orlando. Escuela y Poesía.¿Qué hago con el poema? Buenos Aires: Lugar Edtorial, 203. 144 p.p. p.84.