Por: Laura Perdomo
Altera hizo un recorrido por la capital del Huila para encontrar librerías. La ciudad es pequeña pero está llena de historias, suficientes para entender, por ejemplo, que no existen verdaderas librerías.
José Polo tiene un número indefinido de libros en su local que identifica en la fachada con el nombre de Librería Lea. Sus estantes, repletos de portadas de pasta y papel, retienen el amarillo del deterioro que deja la ausencia de lectores en esta pequeña ciudad con cerca de 500 mil habitantes. “Acá, nosotros somos una especie en vía de extinción. Hoy no es rentable ser librero”, dice Polo.
Los vendedores de libros en Neiva se cuentan con los dedos de la mano. Los hay en las calles, sentados en sillas de plástico y pequeños taburetes, frente a planchones de madera que exhiben títulos recientes en ediciones piratas, impresos en papel periódico con tinta corrida, e historias a medio contar por sus páginas inconclusas. Otros salvaguardan armarios medianos en los que resaltan códigos civiles, constituciones políticas y obras tan clásicas como “La Ilíada” y “La Odisea”. En la calle, tienen su espacio reservado a lo largo de la peatonal de la Calle Octava, directo al Parque Santander; venden para sobrevivir, aunque no lean por ese mismo objetivo.
Caminar desde la Calle Octava con Carrera Quinta, hasta la Carrera Segunda, resulta relativamente cerca. Allí, se encuentra el Centro Comercial Popular Los Comuneros, el escenario donde José Polo ha instalado Lea.
Su vida como librero inició en Bogotá, capital de Colombia, donde las librerías cunden como reliquias y son un salvoconducto para mentes ávidas e inquietas. De allí se desplazó hacia el Huila, sur del país, siguiendo el llamado de su familia y con la esperanza de encontrar una mejor suerte. Su deseo se hizo realidad el día que el gobierno municipal le entregó el pequeño espacio para ubicar sus libros; han pasado trece años desde que empezó a ser amo y dueño de su templo de papel.
“Lógico que allá se vende más la cultura, el libro”, dice refiriéndose a Bogotá. “A la gente le gusta más la lectura y se ve que tiene más interés por ella, mientras que acá en Neiva la gente no lee, ¡no leemos! Tengo libros de toda clase, de Historia, literatura clásica, textos escolares, novelas, poesía, en fin, literatura en general”, comenta. José admite que Neiva no es una ciudad de lectores y que su negocio funciona bajo la modalidad del cambalache, una especie de compra y venta de cualquier clase de libros.
Lea está rodeada de cafeterías que no dejan de emanar un olor a aceite rechinado, y parlantes que no detienen la melodía y el ritmo de canciones de vallenato. ‘El ruido de las cosas al caer’ se asoma a través de la vitrina principal. Editorial Alfaguara, autor, Juan Gabriel Vásquez. De la edición sobresalen los colores negro y rojo; en su portada, un hombre juega billar. Su precio, 15 mil pesos y es, como coloquialmente se le dice a un objeto usado, ‘de segunda’.
Si uno sigue recorriendo el centro comercial, encontrará tres locales más de cambalache. La mayoría tiene textos escolares y su éxito de compra y venta está sujeto a las temporadas de mitad e inicio de año. Los libros de literatura los acompaña el olvido; nadie conoce el poder de sus líneas, ni la fortuna de poseerlos.
La más grande está ubicada en el primer nivel, y se encuentra fácilmente al entrar por la primera puerta del centro comercial. Cecilia es el nombre de la dueña, quien junto a cinco mujeres atiende el local. Sus estantes están llenos de libros, casi todos, con textos escolares viejos y obsoletos. Lo que parece mercancía es sólo inventario de colección esperando el recorrido de las polillas.
Cecilia admite no leer y recuerda que el último libro que tuvo en sus manos y retuvieron sus pupilas fue La María, de Jorge Isaac. “Soy más bien floja para leer”, dice, entre risas, nervios y un dejo de frustración.
Quizá, Cecilia hace parte de ese 28,7% de colombianos encuestados por el DANE sobre consumo cultural, que leyó un libro en todo el año. También, que hace parte del grueso mayoritario de mujeres que lee, sobrepasando a los hombres, quienes gustan menos de este hábito. Cecilia sabe cuáles son los títulos que tiene y por eso, cuando un comprador pregunta por alguno, de inmediato le niega o afirma su existencia. “Casi no viene gente, mire, los papás de los niños, por lo general, traen sus listas y preguntan por ciertos títulos. Pero la verdad es que ese hábito de leer ya se perdió”, asegura.
Son los jóvenes entre 12 y 25 años los que más leen en el país, según esa misma encuesta. El género favorito, la narrativa, de acuerdo con las cifras, y el menos predilecto, las biografías.
José, por su parte, recomienda El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince. Mientras tanto, ningún vendedor de libros en Neiva, incluyendo los ambulantes, atina a sugerir buenos títulos. El libro que llega, si gusta a algún precavido lector, se vende sin más.
Tanto Cecilia como José coinciden en que el internet les dañó el negocio. Sí, les dañó el negocio en un país que produce cerca de 23 millones de libros al año, y vende 37 millones, según números de la Cámara Colombiana del Libro. “Antes, cuando no existía el internet, hace unos quince años, la gente compraba más libros, esto se llenaba, usted viera”, menciona Cecilia.
Otro dato que revela la encuesta del DANE señala que leer no involucra el poder adquisitivo de una persona, y que en definitiva, lo poco que leen los colombianos no tiene que ver con la ausencia o no de dinero. Al contrario, el 32,1% de los encuestados dijo que leyó un libro prestado, 30% regalado, 27% comprado en librería y 11% en venta ambulante.
En Neiva, las dos bibliotecas que existen, una por cada 171.111 habitantes, al parecer terminan siendo insuficientes para la promoción de la lectura o el impulso activo del sector editorial, que en el resto del país, están cobrando más fuerza. Por eso, la primera feria del Libro en Neiva, promovida por la Corporación Universitaria Minuto de Dios con apoyo de la institución y que por estos días dio su primer paso, es tan importante como seguir dándole cabida a esos espacios. Localidades intermedias como Pasto, Cúcuta y Manizales ya tienen el sentir de los libros en escenarios que a la fecha, ya superan las cinco versiones.
José Polo dice que Neiva debe fortalecer su cultura lectora y reconoce que el Centro Comercial Popular Los Comuneros es uno de los pocos espacios que acoge vendedores formales de libros. “El apoyo a este sector es mínimo. Incluso entidades como la Cámara de Comercio solo se limitan a formalizar, pero nunca ven más allá de lo que se vende en la ciudad, a nosotros nos hace falta capacitarnos y así poder vender más”, resalta.
Si se entendiera la palabra librero más que una persona que vende libros, a un promotor de la lectura y gestor cultural, en Neiva no los hay. Y si uno entiende, además, que una librería es un lugar de encuentro entre el ser humano y el objeto preciado que es un libro, con esa íntima relación que genera la adecuación de un buen espacio junto con un guía conocedor –en este caso el librero- tampoco existen.
Que vengan los aplausos a las ideas que renueven la ciudad, en una urbe intermedia que cada vez más demanda nuevas ofertas culturales, y quiere superarse por encima de las demás zonas del país. Por ahora, hay quienes como yo, esperan con ansias una primera librería en Neiva.