A pesar de la creciente sensibilización acerca de lo que significa el 8 de marzo para las mujeres en todo el mundo, se sigue comprendiendo como una celebración “todavía muy estereotipada” en donde se enaltece el roll de la mujer desde la feminidad hegemónica, la belleza, la reproducción, la sexualización, hasta el amor romántico y no desde su razón de ser, entrañada en las memorias de dolor, violencias, luchas y resistencias de nuestras antepasadas frente a la desigualdad de género.
Por Dayana Coy
Vale la pena mencionar que, aunque el suceso que marco esta conmemoración fue la muerte de las 129 trabajadoras de una Fábrica textil en Nueva york, existieron varios hechos atroces que cobraron la vida de otras mujeres que tuvieron el propósito de derivar las barreras políticas, económicas, educativas y culturales de la sociedad. Por ello la insistencia en la conmemoración, en evocar la vida de aquellas mártires y no en celebrar, pues, aunque con el sacrificio (literal) de nuestras precursoras se haya conseguido condiciones más dignas para las descendencias mujeres, aún quedan brechas sistemáticas que continúan poniendo en desventaja al género femenino.
Hoy 8 de marzo se siente en muchos rincones del planeta una afluencia violeta que reencarna las voces de coraje de las que fueron y lograron infiltrarse vientre a vientre hasta nuestras partículas encendiendo el fuego interior que ahora yace en muchas de nosotras para continuar con la convicción de no descansar hasta que todas las mujeres del mundo seamos completamente libres de la tiranía patriarcal, pues mientras el porcentaje de participación femenina en el parlamento mundial continúe siendo mínima, mientras una de cada tres mujeres siga siendo violentada de alguna forma en Latinoamérica, mientras las brechas económicas, laborales y salariales sean cada vez más lejanas para nosotras y mientras existan países en donde las mujeres no se les respeta ni el derecho a la educación, esta seguirá siendo una celebración insolente por parte de unos señores que no están tomando partida en esta problemática ya que eso desestabiliza su posición de privilegio.
Finalmente hay que reconocer lo difícil que fue ser mujer para nuestras abuelas y madres, que en nuestras conciencias aun cargamos con sus heridas generacionales de miedo y coraje, pero también que en nosotras se gesta una nueva ola de rebeldía femenina a nivel global, que somos las mujeres que guían el camino de las niñas que alzaran su voz, que decidirán sobre si mismas, que reconocerán su poder, que defenderán sus derechos, que desafiaran los prejuicios, estereotipos y estigmas sociales impuestos y que terminaran de tirar los cimientos del dominio patriarcal, clasista y racial.